15 a 19 años afirma haber sido víctima de violencia digital y un 64% consigna haber sido
testigo de esta práctica (Centro de Estudios en Bienestar y Convivencia Social, 2020). Se
considera que estos resultados, que sorprenden por lo bajo de lo que se declara respecto de
quienes han sufrido este tipo de agresión, develan una disonancia con los resultados del país,
que señalan un sostenido y significativo aumento que ha tenido este fenómeno en el último
tiempo. Esta alza se explica a partir del efecto de la pandemia, que llevó a la virtualidad a
toda la comunidad educativa y complejizó las relaciones sociales que se llevaron a cabo por
esa vía, de acuerdo con los datos estadísticos presentados en la introducción del presente
estudio. Cabe señalar, del mismo modo, que no hubo diferencias entre los dos
establecimientos en lo relativo a la variable de contexto sociocultural de ruralidad de uno de
ellos y urbano del otro.
Por otro lado, los bajos resultados arrojados en esta investigación acerca del
porcentaje de estudiantes que han sufrido este acto se contraponen con los datos
relacionados con la distribución de los roles del ciberacoso, ya que el 98% de los estudiantes
de la muestra indica haber sido observadores. Lo anterior demuestra que existen más casos
de este tipo de agresión que los revelados inicialmente. Además, este comportamiento como
observador permite en toda esta dinámica la persistencia en la conducta de intimidación de
victimario a víctima, según estudios como los de Frisén, Jonsson & Persson (2007) o
Rodríguez De Behrends et al (2018). Puede interpretarse esta información obtenida que el
número de víctimas es mayor, y que, tal y como acontece en otros fenómenos de esta índole
-acoso o violencia intrafamiliar, acoso laboral, violencia sexual, entre otras-, existe la
denominada cultura del silencio por sentimiento de culpa de quien es víctima; por tanto, no
se revela al mundo exterior ni se hace la denuncia correspondiente de esta situación.
En el caso de las emociones, en consonancia con el anterior punto, quienes han
observado el ciberacoso declaran, según su percepción, lo que las víctimas pueden sentir,
de acuerdo con la frecuencia de las respuestas que incluían varias opciones. Así, las
señaladas son tristeza (39%), vergüenza (32%), enfado (19%) y culpa (10%). En tanto, el
estudio del Centro de Estudios en Bienestar y Convivencia Social (2020) indica que quienes
lo han sufrido sienten indefensión (18%), enfado (17%), culpa (16%) y tristeza (11%). Es
posible advertir, de acuerdo con estas dos estadísticas, que las emociones percibidas, tanto
por quienes observan o por quienes son víctimas de esta agresión, son equivalentes y
similares tanto a nivel de la muestra del estudio realizado como a nivel nacional o
internacional (Sontag et al, 2011; Schenk et al, 2013 y Brewe & Kerslake, 2015). Dichas
emociones, evidentemente, conllevan repercusiones negativas, muchas veces lacerantes,
para la salud psíquica de quienes son víctimas, tal y como lo mencionan las investigaciones
realizadas por García-Maldonado et al (2012) o Lugones (2017).
Sobre el uso de redes sociales, quienes han observado el ciberacoso indican que las
más utilizadas son Tik Tok, Instagram, por un lado, y WhatsApp y Facebook, por otro.
Respecto de ello, es posible colegir que esto está en consonancia con las redes que utilizan
los estudiantes en la actualidad, de acuerdo con su rango etario. Los jóvenes, cuyo promedio
ronda los 13 años, usan mayoritariamente las primeras; sobre la veintena y treintena, las
segundas. Además, resulta preocupante el monitoreo que los adultos que están a su cargo
realizan en este ámbito. La estadística revela que el porcentaje es relativamente bajo (47%),
pues solo lo hacen de forma ocasional o sencillamente no lo hacen (32%), dejando al libre
albedrío la responsabilidad del uso de estas plataformas a estudiantes que aún no tienen un
criterio formado para ello. De esta manera, estos últimos tienen libre acceso a contenidos
inadecuados o perniciosos que pueden desembocar en conductas dañinas. Sin duda, esta
información que se desprende del presente estudio es una de las materias pendientes que
deben ser atendidas por las comunidades educativas.
Finalmente, respecto del conocimiento de las acciones que tienen los
establecimientos para prevenir y afrontar este tipo de conflicto, los estudiantes de la muestra,
en más de un 80 % indican que en su unidad educativa existen protocolos y estrategias
preventivas que permiten actuar. Esas dos acciones, la prevención y la acción, son prioritarias
en el ámbito del ciberacoso, tal y como lo señalan Luengo (2014) o Zych (2015). Por otro
lado, hay un 20% que desconoce este tipo de iniciativas o que señala que no existen acciones