laborales, las causadas por agentes químicos, físicos o biológicos y enfermedades
infecciosas o parasitarias (IESS, 2016).
El MSP, cuenta con la Política Nacional de Salud en el Trabajo 2019-2025, la
cual define a las enfermedades en el trabajo como patologías ocasionadas por las
condiciones de trabajo, las cuales pueden ser “específicas” si se relacionan
directamente con el trabajo, e “inespecíficas” si no son determinadas por el trabajo,
pero sí agravadas por este. Así también, señala que la exposición a factores de riesgo
biológico facilita la probabilidad de causar un accidente de trabajo con material
biológico infectado y que la salpicadura de fluidos es uno de los mecanismos de
trasmisión (MSP, 2019).
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) en su Plan de Acción sobre la
Salud de los Trabajadores 2015-2025, establece objetivos que promueven el
bienestar y salud de la población trabajadora, con énfasis en aquellos que están
expuestos a condiciones de trabajo peligrosas. Todo lo cual establece un amplio
marco regulador para la seguridad y la salud ocupacional en nuestro país.
Las consecuencias de la COVID-19 en el embarazo han sido descritas por la
OPS y la Organización Mundial de la Salud (OMS) (2020), entre ellas se cita una
menor asistencia a controles prenatales, posible detección tardía de problemas en el
embarazo o en el feto que pueden poner en riesgo la vida de ambos; realidad
compartida por países como Bolivia (Vargas 2020), España (Espartero, 2020) y
Argentina (Romero, 2020). UNFPA (2020), menciona que mujeres embarazadas de
Panamá, Egipto y Madagascar comparten los mismos temores de contagio y
ansiedad respecto de la COVID-19.
Si bien es cierto que la COVID-19 puede provocar manifestaciones neurológicas,
apoplejías que aumentan el riesgo de hospitalización, pérdida del olfato y/o el gusto,
no es menos importante que el temor al contagio en el núcleo familiar, el aislamiento
con la consecuente pérdida del contacto social presencial, familiar ampliado y laboral,
así como la violencia intrafamiliar, afecten a la salud mental y al desarrollo del
embarazo debido a la escasa actividad física al aire libre, estimulación intelectual,
entre otros, que producen estrés y angustia en las mujeres embarazadas.
Respecto de las emociones en el embarazo, Cotarelo, Reynoso, Solano, Hernández
y Ruvalcaba, en su estudio realizado en 85 mujeres embarazadas del Estado de
Hidalgo de México, concluyen que “el miedo es la emoción más impactante ante la
crisis por COVID-19, las gestantes afirman que la pandemia las ha despojado de
cualquier emoción positiva, conduciéndolas así al miedo de contagiarse, la
incertidumbre y la pena” (2020, p. 898).
Igartua indica, “si una embarazada está muy asustada y con miedo, su cerebro
segregará cortisol, hormona del estrés, y ese cortisol también se eleva en el bebé.
Para el bebé será mucho más complejo bajar esos niveles de cortisol si no los regula
mamá […] muchos niños que tienen rasgos ansiosos e inquietos fueron expuestos
durante el embarazo a un alto nivel de cortisol”, el transmitir al neonato ese temor,
puede afectar su salud hasta después del nacimiento (2020, párrs. 1 y 4).
Los hallazgos determinados en una investigación realizada en mujeres
embarazadas de China muestran que el miedo y la depresión fueron los eventos más
encontrados, esto fue confirmado por Xiu-Min Jiang, enfermera del Hospital de
Maternidad y Salud Infantil de Fujian, quien señaló “Si a una mujer embarazada se le
diagnostica o se sospecha que tiene una infección por COVID-19, puede inducir
diferentes grados de estrés psicológico, como miedo y ansiedad, que no favorecerían
la salud de la madre o el niño" (Qing ‐ Xiang Zheng RN. et al. 2020).